Desprivatizar la memoria, un arma para combatir la violencia política
Pensar la memoria como una herramienta política de resistencia es una forma de enfrentar la violencia sociopolítica y patriarcal en América Latina, dicen en #Clacso2022. No se trata sólo de recordar lo que pasó, sino tener memorias vivas que se actualizan en las luchas del presente.
Daniela Pastrana y María Ruiz
CIUDAD DE MÉXICO.- La colombiana Clemencia Correa pone la lupa en lo que se juega dentro del convulsionado contexto político de América Latina:
“Los procesos de violencia sociopolítica y patriarcal en América Latina han pasado por una disputa territorial. Es una disputa del control de la sociedad para que se imponga un modelo neoliberal, cada vez más atroz”, dice la psicóloga social que dirige en México a un equipo de especialistas en el tema.
Es una disputa, sigue, invisibilizada por las narrativas excluyentes y la imposición de verdades y justicias hegemónicas. Porque además de las estrategias político-militares, los gobiernos autoritarios usan la sociología, la psicología, “incluso la medicina” para causar un daño, “que no es sólo individual, sino profundamente colectivo y social”.
En los años recientes, Chile, Colombia, El Salvador o Nicaragua han seguido un patrón similar: estigmatización de líderes sociales y periodistas, cooptación, ruptura del tejido social, el intento de imposición del silencio, el olvido y la memoria histórica.
Una estrategia dirigida a causar terror y generar un trauma psicosocial.
"Quisiéramos que la doctrina del enemigo interno se hubiera acabado, pero no. Lo que hay es una regeneración de métodos y narrativas, que nos van generando retos fundamentales para la resistencia, no solamente en el campo político económico y militar, sino en la construcción de tramas sociales que contrarresten estos silencios”, dice Correa.
“Desprivatizar el daño”
Frente a eso, pensar y entender las memorias como una herramienta política de las resistencias es fundamental. Y habla de memorias, en plural, porque son múltiples: son personales, colectivas, sociales, corporales. “Las memorias no son lineales, son una forma de espiral entre el pasado y el presente, para la posibilidad de construir el futuro”.
También habla de emociones, sentimientos. Y de entender el escenario de violencia política como un problema colectivo y social. De ”desprivatizar el daño”.
“Pasar de los privado a lo público implica un ejercicio del poder, de jóvenes, feministas, campesinos, comunidades indígenas y negras como una necesidad histórica de responder a estos sistemas autoritarios”, dice.
“Tenemos que remitirnos al pasado, pero no a un pasado que solamente se quede en el daño, sino uno que recree las luchas y formas de afrontamiento”.
Entender para transformar
Clemencia Correa es colombiana desplazada por la violencia política; dirige Aluna, acompañamiento psicosocial, y tiene dos décadas de trabajo en México con colectivos de defensores de derechos humanos y periodistas. Desde esa experiencia asegura que se requiere un dialogo entre generaciones y una visión política que permita, a quienes transiten en estos procesos, que “sea una memoria reparadora, transformadora y no revictimizante”.
Para ello, dice, es fundamental entender el ¿por qué? de estas violencias, para “entender lo que han querido que quede olvidado”. Pero también hay que entender el cómo, porque “si no entendemos cuáles son las estrategias con las que los victimarios han actuado va a ser muy difícil desentramar estas prácticas genocidas”. Y hay que entender los impactos psicosociales, los daños colectivos.
Por eso es necesaria la buena convivencia entre las ciencias sociales y los movimientos. “La academia también es un espacio de disputa, porque es ahí donde se crea el conocimiento”.
Memorias vivas que se actualizan
Correa habla en la mesa magistral de #Clacso2022 dedicada a la memoria, derechos humanos, procesos de paz y conflictos sociales, temas en los que Elizabeth Jelin, reconocida socióloga argentina, ha centrado su trabajo.
Presente en la mesa, Jelin retoma el tema transgeneracional a partir de un ejemplo de México (la historia que conecta la masacre de Tlatelolco ocurrida en 1968 y la desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa en 2014) y otro de Argentina (el reciente juicio por la masacre de Napalpí, ocurrida en 1924 en El Chaco) para plantear la necesidad de pensar en procesos de largo plazo.
"Las memorias no son recordar lo que pasó, sino que son memorias vivas que se actualizan en las luchas del presente”.
Y retoma el tema intergeneracional para hablar de la tensión existente en ese diálogo entre luchas.
“Las y los protagonistas hoy son jóvenes y no tienen memoria personal de lo que vivieron las luchas anteriores. Y entonces se genera una tensión intergeneracional que no es fácil, porque la gente que estuvo tiene una verdad y un saber que quiere transmitir (…) Pero no podemos esperar que se reproduzca (ese saber). Hablamos más bien de una apropiación y resignificación de aquellos elementos”, dice.
Jelín pone de ejemplo el pañuelo verde que se convirtió en un emblema de la lucha por la despenalización del aborto en Argentina y luego se extendió a toda América Latina:
“El pañuelo verde viene del pañuelo blanco de las madres de Plaza de Mayo. ¿Cuántas chicas de 14 años que van a las marchas con el pañuelo verde conocen esta historia? Muy pocas. Para ellas lo que importa es este pañuelo (el verde) y no hacen esa conexión con el pasado”.
Retos de la interseccionalidad
Es el penúltimo día de la conferencia. Dos antropólogas, la colombiana Mara Viveros y la argentina Rita Segato, hablan de negritudes y racismo en resistencia con la cubana Rosa Campoalegre.
Segato abre con la pregunta de ‘¿qué hace una “persona blanca” aquí?’ y cuenta una anécdota para responderse con una idea: El racismo es un problema de los blancos, como la la violencia de género es un problema de los hombres.
“En Europa todos somos partículas de un paisaje colonial. Aun las que jugamos en el equipo de los criollos, en España somo sudacas, somos ajenas. Muchos académicos nunca han querido reconocer esa verdad, reconocerla es reconocer la colonialidad, la conquistualidad permanente que domina y estructura el mundo de dueños en el que vivimos”, dice la feminista, en un mensaje que provoca controversias.
Campoalegre habla de los retos postpandemia para la agenda antirracista. El primero, “fuerte y vital” es “detener el genocidio negro”.
Luego invita a profesores e investigadores a preguntarse “¿por qué no están mis compañeros negros a mi lado? ¿Dónde estamos, cuántos somos, qué hacemos? Nosotras que somos gente de ciencia sabemos que sin ese dato de qué políticas podemos hablar”.
¿Reimaginar al Estado?
Mara Viveros habla de lo que significa la candidatura de Francia Márquez a la vicepresidencia de Colombia, con una propuesta política basada en la gobernanza colectiva, la reorientación de la función del Estado, la lucha por regresar la dignidad a les nadies y una economía organizada con la naturaleza, el territorio, la comunidad y tradiciones propias.
"Hasta ahora el discurso político de las regiones, es decir las zonas racializadas, provenía de hombres blancos que hablaban de modo paternalista, condescendiente y racista. Francia Marquez ha resignificado a las comunidades racializadas convirtiéndolas en protagonistas de sus conocimientos y saberes forjados en experiencias vividas. Rompió con la forma de hacer política, su participación política ha desarrollado un proceso pedagógico y sanador”.
Segato pone una alerta amarilla para los movimientos sociales que tienen una excesiva apuesta en el Estado (“Tenemos que tener cierto temor y duda. A pesar de que el campo estatal es un actor imprescindible en la sociedad pero no hay que entregar todas nuestras fichas, todas nuestras esperanzas al Estado”) pero también aclara.
“Con lógicas de las políticas que vienen del femenino, de las disidencias sexuales y del mundo negro, Francia intenta reimaginar el Estado (…) la única posibilidad de que el Estado llegue a cumplir con su papel en nuestro continente”.
Tiempo de los pueblos. No es una utopía
El tema de los pueblos y sus autonomías está presente en todos los espacios de la conferencia.
“El pueblo de Chile tomó la decisión de movilizarse con la bandera del pueblo Mapuche y después este proceso se decidió que iba a ser dirigido por una mujer originaria. El pueblo Mapuche jamás pensó que iba a ser nuestro momento”, dice en otra mesa magistral la académica mapuche Elisa Loncón.
Ella es la expresidenta de la Convención Constitucional de la República de Chile y destaca que es la primera constitución que se escribe asumiendo la crisis climática y que por primera vez en 200 años invita a los pueblos indígenas a pensar la república.
"En el mismo sentido, ala ctivista maya k’iche Gladys Tzul Tzul, pone en la mesa la urgencia de reconocer la capacidad política de las comunidades indígenas:
“La capacidad de las comunidades indígenas constituídas como complejos sistemas políticos que tienen la capacidad de defender su territorio. Estas han tenido capacidad de constituirse contra el poder. No es una utopía es una realidad histórica”.
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